miércoles, 15 de octubre de 2014

Cinco fotos no malas






Cinco fotos no buenas






La mujer y la mesa






Cada vez que la inquietud se adueñaba de ella, un deseo irremediable le impulsaba a acercarse a ella y escuchar aquellos susurros o latidos que provenían de la madera de aquella mesa.
Era usual que aquello le hiciese perder la noción del tiempo, permaneciendo horas y horas con la mejilla apoyada sobre su cálida madera, sintiendo la calidez de aquella superficie.
No lograba entender como aquel mueble reprodujese a modo de susurros todas las conversaciones que habían tenido lugar sobre su tablero.
Declaraciones de amor, negociaciones comerciales, rupturas sentimentales, tertulias filosóficas,…todo aquello se quedaba de alguna forma allí, registrado. Pero lo más inverosímil es que poco tiempo después aquellas conversaciones volvían a cobrar vida sobre aquella mesa, se volvían a reproducir sin que aquel hecho tuviese explicación lógica.
Cloe no buscaba explicación ninguna a aquello, era algo que no quería perder el tiempo en pensar. Solo quería permanecer allí, inclinada sobre aquella mesa, recostada sobre ella, sin importarle nada de lo que le rodeaba, sin otra cosa que escuchar aquellos susurros, aquellas historias que volvían a revivirse solo para ella.
Y cuando aquellas conversaciones se volvían en silencio, una quietud interior la envolvía, dejándola casi sin fuerzas para levantarse. Solo recordaba lo más profundo de aquellos diálogos, aquello que era único, irrepetible, guardándoselo para sí misma.
Solo se quedaba con la esencia de aquellos momentos, lo que hacía poderse asomar al interior de las personas que una vez se sentaron allí.